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2018 01 17 Requiem a mi Maestro José Alva Quiñones

Me enteré hace poco del fallecimiento del Dr. José Alva Quiñones, destacado Psiquiatra a quien  conocí desde los  años de mi formación  en la Facultad de  Medicina de la UNMSM. Era un excelente profesor de la Cátedra de Psiquiatría, que me llamó la atención por su agudeza en el arte de la semiología y el desgrane de la psicopatología en favor de un buen diagnóstico.

Pero, fue ya en las épocas de mi residencia en el entonces Hospital Obrero de Lima (hoy Almenara), que pude apreciarlo en toda su dimensión profesional y humana. Era una persona sencilla, quizás tímido, con una peculiar risa que a veces surgía imprevista en sus diálogos clínicos.  

Me hacía sentir que tenía verdadero interés en compartir lo que sabía –y, ¡vaya que sabía!- pero trasuntando una calidez paternal que movilizaba inevitablemente cariño hacia él, más allá de la gratitud natural por su desinteresada entrega.

Pepe Alva fue siempre una persona que tenía disposición para escuchar a sus alumnos, sin distinción ni preferencias.  Supongo que las habría tenido, pero jamás las hizo notar; digamos que es posible pensar que todos nos sentíamos sus preferidos. Nos abrió las puertas de su hogar, conocimos a su esposa, Dña. Elena, y a sus hijas, todas cálidas y acogedoras como él. 

Cuando era necesario, siempre tenía alguna palabra de estímulo, de aliento.  No recuerdo haberle escuchado reproches o censuras fuera de lugar. Era muy comprensivo con las fallas de quienes nos estábamos embarcando en esta difícil profesión. Contribuyó desde su ejemplo a integrarnos en la mística del servicio, a entregarnos de la misma manera, a ser humildes en nuestra condición de estudiantes, a no declinar en la vocación de ayuda, casi siempre interferida por las naturales exigencias de la vida que nos restaban tiempo y espacio.

Pepe Alva fue, no cabe duda, uno de mis grandes Maestros, un ejemplo permanente, intachable, generoso y… cariñoso. Recuerdo con ternura las últimas veces que nos encontramos, ya avanzados en años, siempre con su calidez a flor, siempre con su sonrisa encantadora, siempre transmitiendo la vigencia de un vínculo que el tiempo y la distancia fortalecieron.  

Jamás fue alguien posesivo, fue de los grandes que no necesitan discípulos, siempre humilde, de aquellos que simplemente acompañan motivaciones comunes en el tiempo que les toca compartir; de los que apuestan con ilusión… y no reclaman el premio, tan solo lo disfrutan en silencio.


Es una gran pena no tenerte más con nosotros en este espacio terrenal, mi querido maestro, pero está tu enseñanza, ésa que arraiga profunda en el espíritu, esa huella que jamás dejará de hacer sentir tu presencia, como hasta ahora… 

¡Gracias por todo lo que nos diste…!  ¡Hasta pronto, Pepito. Descansa en paz!


1 comentario:

Anónimo dijo...

bellas palabras de quien agradece la generosidad ejemplar. Esto no tiene pérdida ni olvido. Siempre en alguien resuena el bien.