En un país
como el nuestro, en una gran ciudad como Lima, en la que nos encontramos en
medio de un caos cotidiano, donde la gente es impaciente e intolerante, donde
basta que haya cambiado la luz a verde en el semáforo para que alguien active
su claxon con furia para que avances, donde más les vale cruzarte el carro,
forzándote a frenar, en lugar de hacer una señal de giro, en donde predomina la
prepotencia de los que ignoran tu lugar de preferencia natural en un cruce de
calles, en donde, si haces una señal de giro te sueles encontrar que quien es
invitado a una cortesía elemental para darte pase, en vez de eso acelera y no
te deja pasar…
Ante toda
esta dramática situación, qué agradable resulta que, de pronto, te encuentres
con alguien que detiene su auto en una esquina para dejarte pasar, respetando
la preferencia del peatón. Incluso, en ocasiones, frenando forzadamente para darte
el pase, insistiendo en que aceptes su gesto. Es mayor la sorpresa y la satisfacción, si te percatas de que
es un taxista, a quien solemos considerar incapaz de un gesto así…
Pues bien,
en los últimos tiempos lo vengo disfrutando con bastante frecuencia… con
llamativa frecuencia. Me he ilusionado con la sensación de que podemos volver a
cultivar el hábito de la cortesía y el respeto por el otro. Claro, tengo en
cuenta que ahora, con un montón de años encima, puede que sean mis canas la que
estén motivando tanta belleza… Me he empezado a fijar en mi actitud corporal,
me pregunto si no estaré más encorvado y no me he dado cuenta… Pero he podido
observar que ocurre con las mujeres y los niños y, también, con gente de
cualquier edad…
Me alienta
el pensar que podemos estar cambiando esa actitud salvaje de permanente lucha
contra el otro, siempre ajeno, nada semejante, que podemos vernos reflejados en
la satisfacción de quien recibe nuestra atención o cortesía. ¡Qué importante es
el gesto amable! No olvidemos que amable significa “digno de amor”, que los
gestos y expresiones promueven reflejos emocionales, que resuenan en quien los
recibe, por cierto, siempre con efectos benéficos.
Hace poco
visité a mi hija en Charlotte, Carolina del Norte, y me volví a encontrar con
esa maravillosa actitud natural de los lugareños. Si cruzas miradas, te sonríen como a un gran
conocido, diría que con alegría, con familiaridad; si alguien pasa por tu
puerta, te saludan cordialmente; un auto cede el paso a otro y automáticamente
se establece una secuencia de “ahora le toca al otro”, que hace imposible el
atoro debido a que “alguien se cruzó”.
Pensemos en
un mundo así, en que no solo respetemos al otro, sino que disfrutemos del
encuentro con éste, en la dimensión afectiva natural de la cordialidad y del
buen sentir.
Por cierto,
ya instalado en mis años viejos, puedo dar fe de que uno lo disfruta más, que
no hay marginación sino preferencia, acogimiento y consideración, que seguimos
formando parte de un mundo que nos incluye y considera, que es posible
reencontrarnos con ese ser que vino al mundo con estos potenciales y…que tuvo una lamentable programación, felizmente
“reseteable”.
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