Casi desde sus orígenes, el cine y la televisión nos han
reiterado la temática relacionada con el comportamiento gangsteril, criminal, en
medio del cual aparecen personajes peculiares, con un perfil definido: están a
trasmano de las normas sociales, su interés y codicia se nutren en las riberas
de lo ilícito. No tienen miedo a la
muerte; se las ingenian para evadir el castigo, suelen corromper las estructuras
más sólidas. Por alguna razón, casi siempre termina siendo atractivo, para el espectador, ver estas películas (recordemos
el éxito de “El Padrino”).
La psicopatía corresponde a una pauta de comportamiento que fundamentalmente ignora el sentir de los demás a favor de los propios
intereses. No importa el dolor o daño
que pueda causar. El psicópata recurre al engaño, a la seducción tramposa, al
soborno, al chantaje… a ese amplio espectro que conocemos como corrupción. Trata de satisfacer su insaciable codicia.
Tiene un comportamiento hedonista, es decir, todo lo que es placentero y
conveniente para sí mismo le importa por encima de cualquier otra consideración
moral, ética o religiosa.
Lamentablemente, una de sus pautas tiene que ver con haber desarrollado un talento seductor y convincente, que se aprovecha de la ingenuidad bien intencionada. Suelen ser personas inteligentes o que dedican su
inteligencia a desarrollar esquemas y formas de obtener poder sobre los
demás, sin respetar ni los lazos familiares.
Se puede observar un patrón genético en el origen de estas
conductas pero también importa el entorno en el que han desarrollado; un entorno casi
siempre disfuncional o al margen de la ley.
El psicópata no aprende de la experiencia de castigo; no
deriva hacia actos reparativos en tanto no se arrepiente. Y, si algo aprende,
será para mejorar sus formas o técnicas para “salirse con la suya”.
En tanto no tiene conciencia de su disfuncionalidad, no es
alguien que solicite ni acepte ayuda terapéutica. Generalmente la estructura social responde encarcelándolo, cuando le es posible, ya que no encuentra otra
forma de protegerse de él.
Tengan presente que si una persona con este tipo de
comportamiento visible nos muestra arrepentimiento y pide perdón, lo único que
está buscando es engañarnos una vez más. Sólo un 25% de personas con algunas conductas psicopáticas se "aproximan" a la posibilidad de una ayuda terapéutica; el resto nos puede llegar
a decir descarnadamente que no tienen nada que cambiar, que todo está bien con sus personas.
Importa diferenciar psicopatía de conducta psicopática. En una sociedad donde predomina la corrupción,
la anomia y los valores colapsan, es posible llegar a pensar en una suerte de
conducta psicopática generalizada, donde nadie respeta al otro y predominan los
intereses personales. Generalmente por
esta vía sólo se llega al deterioro y a la destrucción del colectivo social.
La conducta psicopática es susceptible de mejorar y quienes
están involucrados en este comportamiento pueden llegar a tener conciencia de
la necesidad de reorganizar las pautas a favor del bien común. Es ahí donde alguna terapia social,
eventualmente personal, tiene cabida.
Un ejemplo simple de esta quiebra hacia la conducta
psicopática la observamos desde la excesiva permisividad de muchos padres
de hijos adolescentes, respecto al consumo de alcohol u otras drogas, bajo cuyos
efectos está más que comprobado que se pueden producir las más variadas
rupturas del orden y falta de respeto por el otro. En ocasiones, esto llega a configurar
una oposición a las normas que los colegios intentan sostener, como es
necesario y pertinente en el caso de los adolescentes.
Muchas conductas psicopáticas se justifican diciendo "todo el mundo lo hace", cuando se rompen las
normas indispensables destinadas a salvaguardar el bienestar común. Se trata, entonces, de cambiar el sentido de
aquel “todo el mundo lo hace”, comprometiéndonos todos a respetar las normas,
entendiendo su sentido.
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