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2015/02/06 Virginidad y culpa


Rita era una atractiva mujer morena, mestiza, de grandes ojos marrón oscuro, con un pelo negro intenso, casi acerado, y labios gruesos.  En su rostro resaltaban unas chapas de color rojo algo subido. Siempre perfumada, dejaba una generosa estela de su presencia de mujer. Su caminar era particularmente llamativo, cadencioso y lento, con un balanceo especial que batía las caderas invitando a mirarla.

Solía llevar blusas cerradas y chompas abiertas, con cuyos lados cubría con frecuencia sus abundantes senos, celosa de un imaginario observador.  En las pocas veces que asistió a consulta con falda, repetía ese mismo gesto de cubrirse, estirando la falda a cada instante; casi, diríamos, llamando la atención hacia esa zona.

Sin embargo, solía quejarse de que los hombres voltearan a mirarla por la calle. “No puedo entender qué les pasa...”, decía. Muchísimas veces, mientras esperaba el micro, luego de trabajar, recibía invitaciones de “caballeros generosos” que se ofrecían a llevarla “porque iban en la misma ruta...”.  Tampoco se explicaba por qué “se ponían pesados y confianzudos...”.  Varias veces tuvo que bajarse violentamente del auto.  Me decía: “Si usted viera... son señores aparentemente respetables... ¡qué barbaridad! ¡los hombres solo piensan en sexo...!”

Sus enamorados le duraban muy poco.  Todo terminaba en el momento mismo en que querían “aprovecharse” de ella. Sólo con uno de ellos había durado un poco más.  Se trataba de un chico respetuoso con el que sí habían ido a la cama después de conocerse bien.  Pero ocurría que, al momento en que él intentaba penetrarla, ella se ponía dura, no podía aflojar las piernas... Así pasaron largas y jadeantes jornadas, en las que terminaban agotados sin lograr el objetivo. Nuestro galán terminó agotando también su paciencia y se alejó.

Hacía poco que esto había ocurrido y la empezó a preocupar que, ya cercana a los 30, siguiera siendo virgen.  Fue así que decidió buscar ayuda.

Su crianza, en una provincia de la sierra, la había limitado en el roce social.  El padre era muy severo con las normas.  Rita le tenía mucho temor, en particular cuando bebía; y, él solía volver a casa casi siempre totalmente borracho.

En una oportunidad, a los 11 años de Rita, el papá “se equivocó de cama”, metiéndose a la cama de su hija. Rita se aterró tanto que "no se  acuerda de nada”.  Al parecer, se quedó dormido y nada pasó. Nadie habló nunca del asunto.

Mamá era una mujer menuda, profesora de escuela, totalmente sometida al esposo, a quien temía tanto como las hijas.  De hecho, era acusada por él de descuidada, ya que las dos hijas mayores habían resultado embarazadas apenas saliendo del colegio. Por este motivo, Rita no dejaba de escuchar los sermones de mamá en contra de los hombres “mañosos” y, más aún, sobre la posibilidad de ser embarazada por éstos. Nunca hubo el menor asomo de enseñanza de la sexualidad como producto del amor. Es más, la imagen, desde la relación misma de sus padres, era de sometimiento.

Hace más de un siglo, en la era victoriana, las costumbres sociales condenaban la sexualidad y eran más bien moneda corriente las manifestaciones de la represión.  El inconsciente se manifestaba a través de síntomas, especialmente histéricos (Hysteros=útero).  El descubrimiento de la represión sexual y sus consecuencias fue uno de los puntos de partida más importantes para el desarrollo del psicoanálisis. 

En nuestra época, dada la libertad sexual que se vive, podría pensarse que no debieran darse estos casos, pero vemos que subsisten.  El temor al incesto, las dificultades  de comunicación entre padres e hijos en torno a la sexualidad, los conflictos sexuales inconscientes de los padres, la falta de cercanía derivada del ritmo de vida, la tendencia social a los placeres inmediatos, etc., ponen siempre la cuota que moviliza la culpa y las perturbaciones en la iniciación sexual.  Estos problemas son generalmente reparables, pero siempre suponen interferencias y dificultades  para lograr la plenitud en la vida sexual de las personas.


Reflexiones

De Rita, podríamos decir que algo de su desarrollo se quedó en los once años, en la noche en que su papá, ebrio, "se equivocó de cama", en aquel episodio que la marcó llevándola a reprimir su sexualidad.  Observamos un conflicto permanente entre un fuerte erotismo y su barrera de represión, que la lleva a negar todo lo que origina con ello. 

En su mente, vive el sexo con una culpa tremenda, como si fuera a culminar el incesto con cualquier varón, en especial con “los señores” que la invitan.  Lo difícil para ella parte de reconocer su propio deseo.  Es como si necesitara que  otros lo registren para, entonces, negarlo.  Su deseo sólo puede aparecer en el otro y, entonces, ella protagoniza la censura (si no el castigo). 

Al relatar su temor al embarazo que podría sobrevenir, resulta evidente que, más que nada, se trata del riesgo de quedar en evidencia, de que los demás se enteren de que ha tenido relaciones sexuales.

Dada una cierta fragilidad de su estructura personal, con el tiempo su actitud defensiva se estaba profundizando, generándole dificultades en su relación con compañeros y varones en general. Demás está decir que, para Rita, iniciar su vida sexual será apenas el punto de partida de un largo camino por recorrer para desmontar el cerrojo virginal en que está atrapada.


Sugerencias:
  • El diálogo franco siempre será  un facilitador para que se instale una sana represión.
  • Las amenazas o condenas sólo logran resultados como el que vemos en Rita.
  • Evalúe bien, en cada hija, qué forma de orientación le resulta más conveniente.
  • Si detecta un mayor grado de erotismo en su  niña pequeña, en principio respételo. Ayúdela a que sea su tesoro y no su tormento.
  • Estén atentos (papá o mamá) a no sobreexcitar a sus hijas con toqueteos o manipulaciones “higiénicas”.
  • También, puede generarse una sobreexcitación al hablar en exceso sobre sexo y, más aún, condenándolo.
  • Si siente celos de su hija, tal vez sea necesario examinar  la situación.  En casa se forman a veces duplas padre-hija con exclusión de la mamá.  Su hija necesita tener una buena relación con su papá, pero si el juego es el de “devaluar” a mamá, no es bueno para nadie.
  • La mejor preparación de una hija parte de una saludable vida sexual de los padres (no se trata de exhibiciones frente a ellos).
  • Siempre es mejor que los niños aprendan a respetar los espacios íntimos de los padres.  

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