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2010/11/19 Vivir sobreviviendo

De alguna manera, podemos decir que todos somos, como peruanos, una comunidad de sobrevivientes. Hemos pasado por tantas catástrofes generadas por la naturaleza, el terrorismo, la indolencia ajena, los políticos, la violencia criminal, etc., que ha sido y sigue siendo casi un milagro el mantenerse vivo.

Para una gran mayoría de nuestro pueblo, la mayor preocupación en la vida consiste en obtener los recursos elementales para alimentarnos. Si nuestras necesidades básicas estuvieran satisfechas es muy probable que dejáramos de preocuparnos.

Parece ser una característica nuestra el contentarnos con satisfacer lo elemental, mostrando una increíble capacidad adaptativa frente a la adversidad. Somos un pueblo que se resigna fácil. Con tal de vivir, sobrevivimos.

No quiero con ello decir que se trata de todos los peruanos; existen muchos grupos que se han ido organizando para enfrentar la adversidad y han obtenido logros variables en su esfuerzo por contrarrestarla. En el análisis de estos esfuerzos es que quiero ubicar la diferencia sustancial entre los que “viven” y los que “sobreviven”.

Los más característicos representantes de la “sobrevivencia” son los que, a partir de haber sufrido algún perjuicio en la vida, obtienen alguna forma de ayuda o compensación, a la que se acostumbran. Se instalan en esa posición y viven a costa del subsidio que se les otorga. No aspiran a otra cosa. Su vida no tiene más proyección que ser sostenidos por otro.

Otros, se organizan y potencian con su actividad los alcances del subsidio, mantienen lazos de solidaridad y favorecen a más personas, haciéndolas partícipes del beneficio sobre la base de un derecho por participación. Si bien llegan a este nivel, no dejan de requerir del subsidio, no logran la autonomía. Se produce, también, un acostumbramiento al sostén proveniente del subsidio y, por tanto, ésta supone otra forma de sobrevivencia, menos elemental que la anterior, pero sobrevivencia al fin.

La experiencia del vivir pleno sólo surgirá como expresión de un uso del apoyo recibido para manejarse en autonomía plena y desarrollo creativo. Toda experiencia de vida basada en una dependencia estática, sin desarrollo, supone que uno se ha ubicado en un nivel de sobrevivencia.

Hace poco tuve oportunidad de participar en una experiencia de dinámica grupal con líderes de una comunidad, que recibían apoyo de organismos extranjeros para tareas diversas. Las preocupaciones más importantes estaban relacionadas con el temor de no seguir calificando para recibir dicho subsidio. Algunas iniciativas creativas de miembros de la comunidad movilizaban sentimientos de celos y rivalidad, que derivaban indefectiblemente en buscar que “se bajaran” al nivel en que el resto se estaba manejando.

En vez de identificarse con un gesto que los podría llevar a un desarrollo mayor y, eventualmente, a una autonomía, el grupo optaba por mantener las cosas en el punto al que habían logrado llegar. No importaba mejorar la calidad de vida. Importaba sostener el nivel de sobrevivencia.

Lo interesante es que se logró, por la vía del encuentro y la comunicación reflexiva, una posibilidad de que se pudieran observar en sus potencialidades desperdiciadas. También, era posible ver óomo se estaban acostumbrando a mantenerse en un nivel de sobrevivencia. Ir más allá, crecer, hacerse autónomas, tenía que ver con enfrentar y resolver problemas internos de los que no estaban siendo conscientes, en especial de rivalidades estériles que mermaban sus fuerzas y su unidad.

Otro tipo de sobrevivientes no pasan por las urgencias del cotidiano alimentarse, pero no logran una existencia plena. Ellos están vacíos de la experiencia de ser ellos mismos. Viven una vida adaptada a las exigencias de la estructura familiar o social.

Conozco muchos, muchísimos, sobrevivientes de esta naturaleza. Son personas que han quedado adheridas a sus máscaras, viven defendiéndose, reaccionando, sometiéndose.  No saben quienes son en realidad. Viven una vida que sienten como ajena, un vacío que no saben cómo explicar. Les ha faltado la nutriente esencial para poder vivir en plenitud: amor, reconocimiento, respeto, experiencia de encuentros verdaderos con los demás, empezando por los padres.

Tomaré como ejemplo a Armando, un muchacho al que muchos envidiarían. A sus 23 años, ocupa un puesto importante en una empresa. Es un “tigre” en el manejo de sistemas. Gana muy bien, se acaba de comprar un auto del año… Podríamos decir que tiene todo lo que representa el triunfo en nuestra lectura moderna.

Cómo explicar, entonces, el vacío interior que siente, las dificultades para relacionarse fuera de lo que tenga que ver con la jerga profesional. No ha tenido enamorada, tampoco le surgen atisbos de erotismo. Ni siquiera se enoja, todo “lo entiende”.

Después de algunas reflexiones, se da cuenta de que la vida se le está pasando, mientras se maneja con una “apariencia de vida” que no llega a darle la más mínima sensación de plenitud: está sobreviviendo.

Otro tanto podría decir de Domingo, un hombre de 40 años, para quien llegó la “jubilación”, junto con “el placer” del consumo de pasta básica de cocaína.

Dedicó la mitad de su vida a culminar tres carreras, las que apenas ejerció. Logró una performance excelente en una empresa internacional, la cual, al retirarse del mercado local, le dejó la oportunidad de realizar “su sueño”: el de no tener ninguna responsabilidad.

Todo lo hecho hasta aquí no tenía sentido, había estado sobreviviendo, “cumpliendo tareas”. El problema es que ahora no sabe qué hacer, el vacío lo consume. No aprendió a vivir. El consumo de “pasta” le da una apariencia de que está “manejando” su vida “haciendo lo que quiere”. Lamentable o felizmente, pronto se da cuenta de que “algo falta” y busca ayuda para aprender a vivir.

Lamentablemente, tengo la impresión de que son muy pocos los que en realidad viven. Si esto es cierto, algo está fallando en nuestras estructuras familiares. No estamos proporcionando un adecuado sostén al desarrollo de nuestros hijos; estamos quedando atrapados por las urgencias del sistema de consumo y del éxito centrado en el logro material. Esto es notorio en el caso de Armando, quien no recuerda de sus padres otra cosa que no sean exigencias de estudio. Nadie le preguntó nunca cómo se sentía.

Domingo, en cambio, denota claramente sus necesidades de satisfacer vacíos de dependencia, que le quedaron como producto de haber crecido en un hogar lleno de apariencias y ambigüedades. Había de todo, pero faltó siempre el acercamiento sincero. Mucha rivalidad e hipocresía minaban las posibilidades de tener confianza en mostrarse diferente. Optó por adaptarse al juego de las apariencias, hasta que colapsó el esquema. Lo único verdadero fue lo que apareció después: un gran vacío en donde lo que menos puede precisar es qué quiere realmente. Sólo sabe cumplir con lo que se le indica.


Sugerencias:

• Eduque a sus hijos de acuerdo a lo que observa en ellos como características personales; no como a usted se le ocurre que deben ser. Esto no significa que no haya que ayudarlos a encontrar sus límites.
• Elija el colegio de acuerdo a lo anterior. Examine los sistemas de enseñanza y fíjese si contemplan el desarrollo de la persona antes que la excelencia académica.
• Si pasa usted por limitaciones económicas nunca renuncie a la ilusión y al deseo de lograr el nivel que sienta como digno de usted. Si recibe alguna forma de apoyo, aprovéchelo para desarrollar. Siempre hay un paso más que podemos dar. No nos resignemos a sobrevivir.
• La unión hace la fuerza. Sin embargo, pueden ocurrir problemas al interior de los grupos. Tratemos de resolverlos primero. Evitemos quedarnos pegados a la crítica de los defectos individuales; a veces, con lo mejor de cada uno alcanza.
• Vivir plenamente tiene mucho que ver con la posibilidad de ser sinceros, en particular, con nosotros mismos. Es fácil caer en el engaño cuando la presión externa es fuerte. Es todo un reto vivir y no sobrevivir solamente.

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