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2009/08/02 El ego y el matrimonio

Es frecuente escuchar decir acerca de algunas personas que tienen “carácter fuerte”. La mayoría de ellas, en realidad, tiende a que las cosas se hagan como ellas quieren. Si no... se ponen de muy mal humor. Entonces, suele ocurrir que los demás hacen lo que él (o ella) quiere, para no contrariarlos. Así nace, crece y se fortalece... el “ego”, un pequeño monstruo que nos hace sufrir... ¡salvo que lo “domestiquemos”!

El ego surge siempre a partir de nuestra debilidad. Por tanto... no significa fuerza ni, menos aún, autenticidad, porque sólo trata de ocultar algo.

Anthony de Mello[1] tiene un relato de un cristiano que visitó a un maestro Zen y le leyó algunas frases del sermón de la montaña. El maestro, sonriendo, le dijo: “Quienquiera que fuese el que dijo esas palabras, ciertamente fue un hombre iluminado”. El cristiano, animado, siguió leyendo. El maestro, interrumpiendo, le dijo “Al hombre que pronunció esas palabras, podría realmente llamársele Salvador de la Humanidad”. El cristiano, entusiasmado, siguió leyendo hasta el final. Entonces, dijo el maestro: “Ese sermón fue pronunciado por un hombre que irradiaba divinidad”. La alegría del cristiano no tenía límites. Se marchó decidido a regresar otra vez y convencer al maestro Zen de que debería hacerse cristiano. De regreso a su casa se encontró con Cristo, quien estaba sentado junto al camino. “Señor”, le dijo emocionado, “he conseguido que aquel hombre confiese que eres divino”. Jesús se sonrió y le dijo “¿Y qué has conseguido sino hacer que se hinche tu ego cristiano?”.

En el matrimonio, la expresión más corriente del ego es el machismo. El es el macho dominante; ella es su complemento, frágil y sumisa. El ego difícilmente agradece. Se siente merecedor de todo y poco o nada de lo que el otro haga se compara con lo que él hace. No es culpable de ningún error, a diferencia de los demás, a quienes suele considerar “inútiles”... El problema es que el ego es sumamente frágil...

Javier era un destacado abogado. Inteligente y culto, no podía entender por qué su esposa lo había abandonado “de pronto”, si él le había dado “de todo”. Tremendamente dolido, buscaba con desesperación convencerla de su cariño. Al parecer, nuestro personaje se había dedicado de lleno a la profesión. Estaba lleno de compromisos en los que no faltaba alguna tentación femenina, por lo que, a veces, llegaba tarde a casa. Su esposa había dejado inconclusa su profesión para dedicarse al cuidado de sus dos hijos. Hija de padre alcohólico, idolatraba a su marido, quien no cesaba de encontrarle defectos, pese a los tremendos esfuerzos que ella hacía por agradarle. Con la autoestima por los suelos y con una culpa tremenda, decidió irse a casa de su madre... Fue allí donde el ego de Javier la buscó para reinstalar su relación de dominio... cosa que al final logró... porque su esposa cedió... Ella consiguió - eso sí – que él le permitiera ir a una psicoterapia. El “quiere” que sea de pareja pero más que nada para ejercer control... Ella ha decidido que sea individual...tal vez esa sea la única manera de salvar el matrimonio... mejorando su relación consigo misma.

Laura, una mujer que tenía dificultades en su matrimonio, logra en algún momento decirle “no” al marido que insistía en tener sexo con ella en momentos en que ella no lo deseaba. Al día siguiente, ella tiene ganas y lo busca. Entonces, él le responde... “¿Y por qué tiene que ser cuando tú quieres…?” El ego funciona así, lo único que importa es el poder, el control o el dominio sobre el otro. La gente llega a confundirse de tal manera que la unión resulta poco menos que imposible.

Una garantía contra el ego es la búsqueda del bien común, el cultivo de la generosidad y de la capacidad de disfrutar de las cosas simples. La creencia en un ser superior suele ayudar a recordarnos que somos humildes mortales. Para una armonía duradera en la relación con nuestra pareja intentemos siempre colocarnos en su lugar y no forzar a que el otro esté donde nosotros queremos.

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[1] De Mello, Anthony... El Corazón Humano. Buenos Aires, Lumen, 1997. Pgs. 11-12.

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