viernes

2008/10/27 Sobre adolescencia

No olvide que

• El adolescente no es tan fuerte como pretende ni tan débil como creemos.

• La clave para acercarse a un adolescente es muy simple: ser sinceros. El problema surge cuando nunca lo fuimos antes.

• Todas las agresiones y humillaciones de las que los hicimos objeto cuando niños, nos las "devolverán" cuando adolescentes. De allí aquello de “Cría cuervos y te sacarán los ojos”.

• Los adolescentes viven intensamente; los padres sosegada y más profundamente (se supone). Se trata de respetar los tiempos de cada uno.

• Los adolescentes necesitan desidealizar a los padres. Simultáneamente idealizan nuevos personajes o valores, que no siempre son lo mejor para ellos; pero ellos mismos tienen que comprobarlo.

• No tratemos de contrarrestar la impulsividad del adolescente con reacciones impulsivas.

• La imprudencia del adolescente es su manera de ir construyendo sus propios límites.

• Nuestra ayuda será pertinente especialmente en el momento que nos la pidan. De todas maneras, no es cosa de dejarlos sin escuchar nuestra opinión.

• En la adolescencia se da una necesidad de enfrentarse a los padres. Existe un enfrentamiento constructivo que los ayuda a encontrarse a sí mismos, a descubrir lo que realmente quieren lograr. Pero, también, existe otro enfrentamiento más bien destructivo, que es el camino de las drogas, la promiscuidad, las reacciones antisociales, etc. No confundamos lo segundo con lo primero.

• La adolescencia es un estado más allá del tiempo cronológico, podemos encontrar adolescentes de 30, 40 o más años.

• No olvidemos que trajimos hijos a la vida para ser libres; la adolescencia es un momento de despedida, no tratemos de retenerlos.  Esta es una garantía de poder tenerlos con nosotros verdaderamente.


Cómo responder a un adolescente

A la mayoría de los padres nos cuesta precisar nuestra posición frente a nuestros hijos adolescentes; aún nos queda la inercia de la etapa infantil y queremos prevalecer desde nuestra autoridad o desde el supuesto de que sabemos más que ellos; queremos seguir protegiéndolos y educándolos, cosas que en general originan sus airadas protestas. Al mismo tiempo que nos piden libertades propias de su "nuevo status", nos muestran sus frágiles debilidades y es allí donde se hace necesaria mucha habilidad para, sin mellar su autoestima, acompañarlos en el difícil trance de levantar el vuelo.

Muchas veces, en estas circunstancias, nos confundimos y esperamos de ellos más de lo que pueden dar, los queremos ver más fuertes de lo que son, casi siempre comparándolos ya con nosotros mismos, adultos (el león se olvida de cuando era cachorro). En otras ocasiones, reaccionamos airados ante los duros cuestionamientos que nos hacen –en los que muchas veces tienen razón- y nos cuesta aceptar el que midan sus lanzas con nosotros sin dañarlos, sin reaccionar agresivamente, sin castrarlos.

Es muy difícil, en estas circunstancias, mantenerse en una línea de comprensión que permita alguna forma, más bien lúdica, de hacerles un lugar en sus pretensiones de adultez. No olvidemos que necesitan desidealizarnos, vernos más humanos, con capacidad de corregir nuestros propios errores, ya que de nuestros errores muchas veces han derivado en problemas para ellos, problemas que ahora necesitan resolver por sí mismos. Por esto, vemos con frecuencia que protagonizan escenas que antes vivieron pasivamente con nosotros, formas de identificación que les dificultan o les facilitan la tarea de encontrar sus propias maneras, sus propios valores, su propia identidad.

Necesitamos saber que, en medio de ello, se debaten, también, entre querer seguir siendo niños y gozar de las prerrogativas de la protección despreocupada y el aceptar sus crecientes capacidades para valerse por sí mismos, lo que significa inevitablemente renunciar a lo anterior, cosa que no es nada fácil. Se las ingenian, de las mil maneras, para mantener una relación que les es difícil cortar, provocan a los padres, se meten en problemas y fuerzan las circunstancias para que se esté detrás de ellos.

La más delicada de las formas de forzar la prolongación del vínculo con los padres es la que usa la autoagresión o la autodestrucción, formas nefastas de meterse dentro de los padres a través de vengarse de ellos inoculándoles culpa e impotencia. El uso de las drogas y el creciente “descuido” por parte de los adolescentes en sus relaciones sexuales son formas nada sutiles de lo que quiero decirles. Por otro lado, la creciente problemática de anorexia entre las adolescentes, muestra la manera tan dolorosa en que dramatizan sus identificaciones con una madre ausente, casi siempre preocupada por su propio peso o el de su hija, sin preocuparse verdaderamente por su persona.

Todo esto es un largo preámbulo reflexivo a un pequeño incidente que me ocurrió recientemente en un viaje familiar, en el que participaba también el menor de mis hijos, quien, en las circunstancias, estrenaba sus flamantes 14 años. A lo largo del viaje, lleno de matices y aventuras, los hermanos mayores y yo, no perdíamos oportunidad de tomarnos el pelo, cosa que solemos hacer cuando estamos juntos, pero era evidente que en la partida era él quien estaba acusando desventajas. No se defendía con la agudeza de otras oportunidades; lo notaba inseguro y retraído, le era difícil decidir qué comprarse y, por otro lado, era evidente que trataba de no ser exagerado con sus demandas. Como quiera que no me gusta interferir con sus decisiones y preferencias -y dado que no contábamos con mucho tiempo para ejecutar las compras- hubo que alentarlo y, en algunos momentos, negociar con él sobre cosas que realmente le gustaban, para que pudiera terminar de decidirse. Tener paciencia y tolerancia puede ser mucho pedir en estos casos (también, se puede uno aprovechar de la indecisión y "ahorrarse unos centavos"), pero se trata también de apoyarlos en el trance y así creo que lo entendí. Era cosa de evitarle innecesarias frustraciones y, más bien, apoyarlo en el logro de sus satisfacciones.

En otro momento del paseo familiar, expresó sus deseos de recorrer un río subterráneo, parte central de un paquete de tentadoras aventuras que ofrecía el lugar en que nos encontrábamos. Nadie estuvo muy animado a acompañarlo y era evidente que no quería hacerlo solo. Más tarde, cuando se aproximaba la hora de regresar al hotel, volvió con el tema de explorar el río subterráneo. Esta vez, a la negativa de los hermanos, se sumaron reproches como “Oye, ya estás grandazo como para ir solo”, “A tu edad ya me iba solo de viaje...”, frases que no resultaron para nada estimulantes y más bien lo llevaron a desistir de su intención de hacerlo. Así es que, con bastante incomodidad, dado que no soy muy ducho en los trámites acuáticos, le dije que lo acompañaba. Esto, como es de suponer, lo llenó de entusiasmo. Ya en el agua y en medio de los túneles, pude percatarme que, de manera sutil, no dejaba de cuidarme, ya que había zonas en las que no había piso y conocía de mis limitaciones en el arte de la natación (a diferencia de él que es un excelente nadador). El mal humor se me fue como por encanto y creo que, al final de la aventura, ambos nos sentíamos igual de contentos.

No se dijo nada del asunto, ni sé si alguna vez lo hablemos; no creo que sea necesario; pero algo se dio allí entre nosotros que reinstaló su confianza en sí mismo y en que puede recibir apoyo cuando sea necesario. También, pudo aportar de sí el cuidarme sin hacérmelo saber... secretos importantes que no devienen en deuda pero sí enriquecen una relación.

He querido compartir algo de mi experiencia personal porque forma parte de mi manera de ver las cosas. Más allá de teorías y recomendaciones "apropiadas" está el cotidiano vivir; y, es allí donde casi siempre reflexiono después sobre lo ocurrido.

Si hay algo que corregir, tal vez sea necesario conversar al respecto. Puede ser también que, sin decirlo necesariamente, corrijamos el error. No lo hago mejor ni peor porque sea psicoanalista; es simplemente una manera de hacerlo, puede haber otras mejores, pero todos pasamos por lo mismo, tratemos de encontrar nuestras propias maneras.

En el trabajo psicoterapéutico confiamos mucho en lo que llamamos la posibilidad reparativa, Ésta es casi siempre óptima si alguien trata de reparar-ayudar y el otro permite que se le ayude-repare. Desde el lugar de padres de adolescentes es importante no estar tratando de mostrarnos de tal o cual manera; que no nos importe tanto el errar si tenemos oportunidad de corregir. De lo que se nutre la situación es de la posibilidad de ser sinceros.

También, necesitamos reconocer que, en esta etapa, los muchachos pueden sentirse interferidos por intentos de ayuda que no sean auténticos. Muchas veces, los padres estamos proyectando nuestros temores y problemas en ellos, algunas veces incluso es posible que sintamos envidia de lo que ellos pueden hacer y que nosotros no pudimos (y que hubiéramos querido hacer) y que con cualquier excusa les agüemos la fiesta. Otras veces, los sometemos a reproches y culpas por crecer y abandonarnos, como si tuvieran que pagar la deuda por lo recibido o ser los eternos antidepresivos o ansiolíticos de los padres. Todo esto tergiversa la intención real a la hora de detectar una necesidad de ayuda en los muchachos. Nos apoderamos de ellos a punta de sus necesidades, allí donde nos necesitan incondicionales para enfrentar sus dificultades.


No dejemos de tener en cuenta que ayudarlos, muchísimas veces, significa frustrarlos, ponerles límites, enfrentarnos a ellos (sin las oscuras intenciones que mencionamos antes). No pensemos para nada en que tenemos que convertirnos en terapeutas de nuestros hijos. Se trata sólo de estar allí con ellos cuando sea necesario. No olvidemos que también es necesario que no estemos, pero eso no es equivalente a nuestra desaparición. Recientemente, escuchaba a un padre decir que tenía fantasías de suicidarse, porque sus hijos, ahora jovencitos, ya no lo necesitaban. Imaginemos la culpa que les puede quedar a estos muchachos por construir la ecuación: crecer = eliminar a papá. La “eliminación” es válida sólo si es simbólica y da paso a una relación diferente, de interdependencia y de amistad. Para eso hay que ayudarlos a encontrarse a sí mismos y no empujarlos a encontrar lo que nosotros creemos que deben encontrar o ser.

1 comentario:

Ana Maria dijo...

Me encantó!! Muy claro, puntual y fácil para las personas que no son psicólogas. Orienta y ayuda con la crianza de tres hijos adolescentes !!
Nos vemos el Sábado en Técnicas!
Ana María