lunes

Cuidados en el proceso de duelo 31 Agosto 2020

 

Al presente se van reconociendo, de a pocos, las cifras de fallecidos a causa del Covid 19, oficialmente, serían más de 26,000, pero, esta cifra está en vías de ser corregida nuevamente. Se estima que la realidad de muertos es alrededor de 50,000, cifra que se deduce del notorio incremento de fallecidos desde que la pandemia nos asola y que no se ha precisado aún si ocurrieron por esta causa.

De hecho, me consta que muchas personas han fallecido por otras causas, pero, penosamente relacionadas con la pandemia, en tanto no pudieron recibir la atención oportuna debido al colapso de la atención hospitalaria por lo que vivieron circunstancias similares a todo fallecido en estos tiempos, no pudiendo velarlo, por la ordenanza de distanciamiento social.

Si estimamos un mínimo de 5 familiares por fallecido, tendremos que, en la actualidad existen alrededor de 250,000 personas en proceso de duelo. Número que se incrementa en relación a personas cercanas, como amigos o colegas. O, simplemente ciudadanos sensibles a tan terrible situación.

Sería importante darnos cuenta que el actual incremento de contagios y muertes, en mucho se debe a una suerte de negación de lo que está pasando, de una suerte de ceguera ante la presencia del riesgo de muerte, o de la conciencia de que lo que está ocurriendo, requiere que nos cuidemos o cuidemos a los demás.

La situación me recuerda la época del terrorismo en que a diario moría gente en las provincias o que mataban policías o militares, yo lo sentía como algo distante. Recién reaccioné a esa realidad, de manera comprometida cuando ocurrió la explosión de Tarata.

Me refiero a todo esto en función de que, un primer cuidado a tener en cuenta, es el riesgo de negar la presencia del mal, de la amenaza de muerte en la que nos encontramos todos. Quizás haya contribuido a ello el reporte recortado de la cantidad de muertos, o la idea de que solo el 5% estaba en riesgo de muerte.  

Lo planteo no como una formulación de culpas o responsabilidades, si no, relacionándolo con esos mecanismos de la mente que, por protegernos de la afectación posible, nos hace negar la realidad con facilidad, es el primer mecanismo que describíamos que se observa en la situación de duelo o en la reacción ante el anuncio de la amenaza de muerte: la negación.

O sea que, de lo primero que necesitamos cuidarnos es del riesgo de negar la realidad, de sentirla ajena a nosotros. Ocurre por ejemplo en algunas regiones que con cierto triunfalismo mostraban una suerte de control total de la situación: tenían pocos infectados y cero muertes. Se confiaron y no se prepararon para lo que les vino después, habiendo tenido tiempo para ello, en la medida que podían ver lo que les estaba pasando a los demás en el país.

En este trámite de cuidar al ser querido en riesgo de muerte, condición en la que me encuentro, por edad, tuve una experiencia que puedo compartir: estábamos en familia preparando sándwiches para ayudar a los grupos de migrantes que no podían regresar a su tierra y pasaban hambre. En algún momento nos percatamos que faltaban bolsas para los panes, me vino a la mente que los podía encontrar en una tiendita del mercado al que solía recurrir, y, sin pensarlo dos veces procedí a resolver el problema. Justo en un momento en que los noticieros mostraban las aglomeraciones en los mercados como fuente de contagio. Pero, “a mí no me iba a pasar nada si procedía con cuidado”.

Dias después, al salir el tema en una conversación con mi hija que vive en USA, me puso cara de enojo y me soltó lo que sentía “mira papá, si estando yo lejos y no voy a poder ayudarte o despedirte, no te perdonaría por el resto de mi vida que encima sea a causa de tus imprudencias…” Sentí que se me estrujaba el estómago, me estaba hablando desde el corazón, luego de un breve silencio contrito, le prometí, me prometí, que haría todo lo posible por evitar causarle ese dolor, ¡me iba a cuidar!

En estos previos, en la lucha por ayudar a nuestro ser querido en riesgo, importa hacerle llegar nuestras expresiones de amor, de nuestra presencia allí con él. Serenos y con la energía necesaria, alentando la conciencia de que la prevención tiene que ser el primer eslabón a tener en cuenta ante el riesgo de la muerte.

Como me referí anteriormente, la emergencia sanitaria en la que vivimos, limita el proceso usual del duelo, no podemos acompañar a nuestro ser querido, alentarlo en sus momentos críticos, despedirnos de él, tener un último diálogo. Toda la ilusión puesta en nuestros esfuerzos, rezos y buenos deseos se derrumba ante la noticia de su muerte.

Es muy posible que, además se hayan tenido que pasar por muchas penurias por las carencias sanitarias en las que nos encontramos y contemplar con impotencia la dramática y desesperante agonía de la insuficiencia respiratoria.

Es muy fuerte el golpe de luchar por salvarlo, no poder estar junto a él y terminar por perderlo, tener que resignarnos a recibir sus restos en una urna, sin poder velarlo.

Lo usual, dentro del rito social, es que familiares y amigos acompañen a los deudos, su cercanía, abrazos y expresiones de pesar contribuyen a atenuar el dolor.

Pero, el peligro de contagio limita a que estas expresiones se puedan dar solo por la vía de una llamada telefónica o acaso un mensaje de correo. Falta ese bálsamo de la presencia solidaria del familiar, del amigo, del vecino, del compañero de labores, etc.

El duelo, parte así, con una serie de vacíos, limitado además por la necesidad de confinamiento por el riesgo de contagio, obligando a diferir para algún otro momento los rituales propios de la despedida.

Es posible que la persona en duelo se muestre renuente y hasta fastidiada por los mensajes o llamadas telefónicas de familiares y amigos.

Si bien importa respetar su necesidad de distancia, es importante persistir, cada tanto, en saludarlo, acompañarlo, de la manera que se pueda, más aún si lo que nos anima es un sentimiento sincero y nos sabemos significativos para él.

Importa que, en ese trámite, no forcemos el tema en cuestión y hasta lo sigamos en una conversación evasiva o minimizante. Importa que sepa que estamos allí, con la paciencia y la tolerancia que el afecto nos permite, incluso, en los términos del momento, quizás podamos extendernos en algún relato personal de nuestra vida cotidiana.

Se trata de no forzar evocaciones, hasta encontrar el momento oportuno de acoger la apertura de sus sentimientos. No hay fórmula entonces para saber qué responder cuando esto pasa, quizás simplemente sentir con él, compartir la pena, dejarla fluir, sea lo mejor.

Importa no favorecer la victimización ni afanarnos por consolar, esto último transita en el gesto auténtico de compartir su pena.

Lo que más importa es que no se pierda la relación afectiva con los demás. Si algo contribuye a la profundización de la tristeza en el duelo, es el aislamiento, no olvidemos que una pena compartida es siempre menos dolorosa

Es posible que, al interior de la familia se organicen para hacer algún rito de despedida, es una buena alternativa, escoger un lugar para poner su foto, mejor si es de una escena familiar festiva, alegre. Unas velitas que lo iluminen y juntarse para rezarle o para expresarle cosas, deseándole siempre la paz “allí donde esté”.

Importa que la familia se reúna, que tengan momentos en común, conversar del día a día, expresarse cariño de manera natural, interesarse por el otro, en particular, recordando la necesidad de cuidarse de la infección.

Es momento propicio para remontar distancias o resentimientos, si los hubieron. Ayudarse en lo que fuera necesario, más aún si uno percibe al otro familiar, hermano, padre o madre, como más sensible y afectado. Importa el gesto espontáneo más que la intención racional, en cualquier caso, lo importante es que se expresen los afectos de solidaridad y cariño. Si es así, si puede manejarse de esta manera, el duelo es cosa de tiempo, se superará la pérdida.

El proceso de duelo es más complicado cuando el grado de afectación por lo vivido es muy intenso; sea que se trate de una consecuencia de la suma de situaciones adversas o de que la persona es particularmente sensible a situaciones de separación o pérdida. Es cuando debemos considerar dedicar un espacio para dejarnos ayudar en el proceso de duelo desde el principio.

Se tratará entonces, de atenuar el lado traumático de la situación. Contribuyendo a que la persona recobre el equilibrio y, así evitar que el duelo derive a una situación patológica o crónica. Se trata de que la persona afectada supere el momento agudo, más aún si existen riesgos de autoagresión o abandono personal severo.

En todos los casos contribuye el poder contar con un entorno emocional solidario y comprometido, este entorno puede no ser necesariamente la familia.

En los casos de disposición resiliente, de apertura a la vida, o mejor capacidad adaptativa, las personas siempre encuentran alguna alternativa de compañía y ayuda. Ésta está allí donde a veces otros no la ven, porque han quedado enceguecidos por el dolor y la desesperanza.

De ese estado es que hay que ayudarlos a salir. En eso estamos…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El terrible reto del duelo en la pandemia. 31 Agosto 2020

Algo esencial en la existencia del ser humano es el establecer lazos de afecto, de cariño, de apego, con el que conforman su red de pertenencia e identidad y que son fuente de suministro afectivo, de seguridad, de fortaleza, de reconocimiento, confianza, paz y libertad.

 

Hay quienes, por cierto, son especiales en el desarrollo de estos afectos, la madre, el padre, los abuelos, hermanos, los hijos, la familia en general. A ellos se sumarán, como es de suponer, amigos, profesores, compañeros, con los que tuvimos alguna especial sintonía. O, quizás otros, que capturaron nuestros afectos desde una sentida admiración y aprecio. (El Santo del Oxígeno)

 

Nuestra existencia tiene, sin embargo, el ineludible reto de enfrentarnos con el final, con la muerte, con los momentos de las despedidas, con las pérdidas irreversibles, como la quiebra de una relación significativa.

En algún momento nos tenemos que enfrentar al dolor de la ausencia, a tener que aceptar que nuestro ser querido no estará más con nosotros. Es cuando no tenemos otra opción que adaptarnos a las circunstancias, a partir de lo cual, por un tiempo, y, de manera variable, comienza lo que conocemos como el proceso de duelo.

 

En el duelo se movilizan una serie de sentimientos y mecanismos, diferentes en cada persona y circunstancia. Es un proceso necesario, para reacomodar nuestro equilibrio emocional y la asimilación de la vivencia de pérdida. Es como una herida en vías de cicatrización.

No hacerlo expone a que se constituya en una experiencia traumática habitada por el miedo, lo cual interfiere en el mantenimiento de nuestro equilibrio emocional y en la reconstitución de nuestros lazos de afecto, por ejemplo, cerrarse emocionalmente a nuevas relaciones, por temor a que nos pase lo mismo nuevamente, o, a aferrarse al recuerdo del ser querido –perdido- de una manera penosa, permanente, que, de esta manera, transita ya por la dimensión de lo que llamamos el duelo patológico.

 

Usualmente se mencionan cinco etapas del proceso de duelo, de duración e intensidad variable. Otros hablan de tres o hasta siete.

Tomemos la que nos propone una autora que se dedicó a trabajar en el área de las circunstancias de la muerte: La Dra Elizabeth Kubler Ross, secuencia aplicable tanto al deudo ante la pérdida de su ser querido, como al sujeto ante la noticia de su probable muerte.

        La Negación o desconexión de lo que está ocurriendo

        Protesta y rabia, ira, una suerte de desplazamiento catártico.

        Negociación: busca tener sensación de control, ahora es un         Angelito y está con dios. Nos comunicamos en sueños.

        Depresión: el dolor de lo irreversible se expresa en plenitud. La tristeza, la dificultad para adaptarse a la nueva situación son        asumidos sin resistencia, llorar, retraerse, desanimarse por el futuro. …

Recordad al muerto, con dolor y resignación. Hacer catarsis, expresar libre y hondamente lo que se siente, tiene carácter de liberador y abre lugar a la…

Aceptación. De a pocos se va aceptando reintegrarse a la vida

Sin culpa por sentirse bien o experimentar disfrute. Sin sentir que se le está fallando al muerto, pudiendo pensar, incluso, que es así como él (ella) quisiera que estemos, alegres, felices o contentos.

 

Hay una serie de factores que favorecen el proceso del duelo, como el poder tener una buena despedida de la persona fallecida. Sean por expresiones de ambas partes como de una sola (a veces, previendo su fin nuestro ser querido nos escribe unas palabras, nos deja una carta).

El velatorio, la asistencia espiritual, el acompañamiento social, los ritos y   costumbres culturales, encausan lo que de otra manera está desorganizado o difuso. La presencia de familiares y amigos, las muestras de solidaridad y en particular, la presencia sentida de seres sensibles, que nos transmiten consuelo y paz, son un paliativo en el dolor.

El homenaje, el reconocimiento social configuran un adiós compartido y algún valor de rescate del reconocimiento de su trayectoria en la vida.

Una misa en su nombre en donde el sacerdote lo mencione en la cercanía de dios, son parte importante dentro de las creencias religiosas y espirituales de cada quien.

 

El duelo se complica en lo doloroso en esta pandemia, los cuidados previos al contagio, la incertidumbre y el miedo, que movilizan terror cuando, de pronto, empieza la escalada de la enfermedad que atrapa a nuestro ser querido. A la falta de recursos para tener adecuada asistencia, se suman los problemas espantosos que comienzan a torturar a nuestro ser querido: la falta de respiración y la penosa agonía.

La angustia, rabia e impotencia movilizan sentimientos encontrados de culpa propia y ajena, responsabilidad con rostro de abandono gravoso que profundizan las heridas, cuando, además, no se puede acompañar al difunto por razones sanitarias o no hay espacio para velarlo o acompañarlo en sus momentos finales.

Es frecuente, además, que simultáneamente resulten contagiados otros miembros de la familia y desarrollen también un proceso fatal. La suma de dolor profundiza las consecuencias en el duelo, por lo que, pueden configurar así una situación en la que la persona vea vulnerada su capacidad para reorganizarse emocional y mentalmente, de superar la pérdida, configurándose un cuadro de estrés post traumático en vez de una posibilidad de elaboración del duelo.

Resulta conmovedor, a la vez que aterrador el estar en medio de tanta muerte. Cala hondo mirar con impotencia a los más vulnerables, a la gente de pocos recursos, que sobreviven en una economía del día a día.

Ese, ya es el duelo social que nos toca asumir a todos. A distancia de la indiferencia o ineptitud de una condición humana atrapada por el mercantilismo, que lamentablemente ha perdido su esencia sensible.

Necesitamos hacer el duelo por tantos que se nos van y nos retan, desde su inmolación. Tenemos que hacer un duelo que nos comprometa a corregir los vacíos horrorosos en los que nos hemos perdido, negando la importancia de la muerte como un hecho trascendente, que nos conmina a la reflexión del sentido de la vida y a dar la importancia que corresponde al dolor y el sufrimiento del semejante.

viernes

2019 01 22 La iluminadora Luna de Sangre



Soy aficionado a la fotografía desde hace mucho y una foto que siempre me ha resultado atractiva es la de la luna llena; esa luna grande y brillante, con sus detalles de cráteres y sombras, de la cual he ido capturando imágenes cada vez mejor logradas; pero, aún tengo ganas de dar rienda suelta a todas las variables creativas a las que se presta su mágica imagen.

Este fin de semana, más precisamente entre el domingo por la noche y la madrugada del lunes 21 de enero, se anunciaba el fenómeno de la “Luna de Sangre”, la que se produce cada tanto, cuando, en un eclipse, la tierra resta la luminosidad directa del sol y la luna adquiere un color rojo – anaranjado de diferentes intensidades.

Me entusiasmé con la idea de tomar ESA foto. Dos días antes me puse a ensayar el manejo de mi cámara, los ajustes del diafragma, de la velocidad, etc., revisando los pasos a seguir para obtener una buena toma.

Llegada la fecha, tuve inconvenientes en salir a tiempo de la playa en que me encontraba y terminé llegando a Lima a la 1 a.m., ¡aún a tiempo! Subí a la azotea y, en medio de un cielo nuboso, por demás, pude ver una luminosidad blanca de la luna que se perdía entre las nubes en movimiento.  Me dije, “ya fue”, aunque sabía que estaba dentro del horario del fenómeno anunciado… ¿Flojera… falta de decisión…? El asunto es que decliné continuar buscando obtener mi deseada foto…

Por la mañana, me desperté luego de soñar que estaba dando una conferencia en la que presentaba una larga introducción, tanto que la audiencia daba por completa mi exposición, mientras que yo insistía en que aún no había desarrollado lo más importante.

Poniéndome a examinar el mensaje de mi sueño, me surgieron dos posibles explicaciones. Primero, fue que no hice el esfuerzo suficiente para, decididamente, subirme al auto e ir a Cieneguilla o donde fuera, no importando la hora, para tomar mi deseada foto.  Era como que no estaba asumiendo de manera activa la realización de mis deseos…  Mucho “bla, bla, bla”, sin concretar la cuestión de fondo (como lo haría un verdadero fotógrafo). La segunda posibilidad de entender mi sueño, giraba en torno a la conferencia que estaba dando, lo que me llevó a pensar que ando dándole largona a ponerme a escribir un libro que tengo proyectado.

Y, bueno, más allá de ponerme esta misma mañana a armar el esqueleto de lo que quiero desarrollar en el libro, me di un espacio para compartir la enriquecedora experiencia de examinar los sueños. Los sueños, como la luna con su cálida presencia,  me iluminan con sus mensajes, alertándome, como en esta ocasión, sobre algo que repito a menudo: “cuando se dan las oportunidades, no hay que dejarlas pasar”.

2018 10 23 El camino a la humildad


Recoge  diligente  nuestros  ropajes,  aquellos  de  los  que nos vamos desprendiendo, poco a poco, en tanto  son  formas  aprendidas  para  impresionar al resto.   En  algún  momento,  nos  resuenan  como estridencias o ruidos, que perturban lo que realmente somos y queremos transmitir.

Cuántas veces nos hemos visto alzados sobre los demás con gestos que ya no tratan de aclarar las cosas sino de imponernos, impulsados por la vanidad, el desdén o la arrogancia.

A veces, tarda uno en percatarse de cuán empobrecido se termina con estas imposturas. Con un poco de suerte, aprendemos que en la modestia y el buen compartir está la riqueza asegurada, al igual que en la gratitud por la mirada amable que los demás nos puedan dispensar, sin creer por eso que somos “lo máximo”.

Podemos desarrollar la plenitud de nuestro ser con total sintonía con lo que verdaderamente somos y queremos, sin temer el posible rechazo ni hipotecarse a la necesidad de aprobación de los demás.

El camino a la humildad es largo y entretenido. No tiene ataduras, en tanto es algo que en algún momento simplemente fluye; y, la sensación de libertad que lo acompaña adquiere el rostro de plenitud, de satisfacción y contento, de aquello que solemos llamar felicidad. 

Ser humilde es básicamente aceptar lo que somos, con nuestras potencialidades y limitaciones, y ser consecuentes con ello, sostenidos por un respeto a la coherencia que adquiere dimensiones de valor, de honor. Se trata de honrarnos a nosotros mismos sobre la base de ser honestos con los demás, incluso en aquello que no califica en lo que se espera que seamos. Damos lo que podemos y también recibimos lo que la vida nos ofrece, sea poco o mucho, pero siempre con gratitud.

La humildad coincide con nuestra disposición a aceptar, en la justa medida, ni más ni menos; sabiendo, además, esperar cuanto haya que hacerlo, para recibir lo que se nos ofrezca, sin declinar la ilusión en el espacio de la espera.

El camino de la humildad es, entonces, el tránsito hacia ser simplemente ése que uno es, perdiendo las formas que los atavismos de la vida han forzado en nosotros, en donde podemos tomar conciencia y declinar lo que ha sido forjado por el miedo, la codicia o el resentimiento, así como por la ausencia de oportunidad para cultivar la continuidad del ser.

3-1-2019 "Yo no le dije a mi perro que lo muerda"



Hace un tiempo que he dejado de usar el auto en pro de caminar, he encontrado que es una manera de activar mi cuerpo, rescatándome de una vida sedentaria con horizontes de deterioro que ya empiezo a sentir. Le he ido agarrando gusto al hacerlo y he empezado a tener una serie de experiencias gratas a partir de entonces… una de ellas deriva en realidad de poder disponer del tiempo para ponerlo en práctica, sin apremios, el ritmo de la caminata es espontáneo, a veces en modo “paseo” a veces a grandes trancos, otras rápido, etc. Mientras esto ocurre, a mi costado el tráfico infernal de autos y colectivos me permite sentirme más libre y satisfecho aún… ellos están entrampados mientras yo camino con la única limitación de los cruces y semáforos, a veces tremendamente generosos que imagino van perfilando para mí la promesa de un día similar, “hoy me tocó luz verde en todo..”, en realidad, siempre gana el optimismo de mi lectura de las cosas… poco a poco me voy sintiendo más adaptado a mi nueva rutina física, al gusto por hacerlo, a sentir mayor agilidad y ese grato dolorcillo en los músculos que te recuerda una y otra vez que lo hiciste… Siento que es un cambio radical e importante, renunciar al auto… recuperar mi naturaleza, poder mirar de otra manera las calles, a veces cantar mientras camino, otras observando los cambios en construcciones y negocios de los que no me había percatado. Encontrando que la gente te sonríe con más frecuencia… imagino que mi cara de satisfacción contribuye a hacerlo. Encontrar gestos amables en autos y personas que te ceden el paso… o el asiento, viajar en ómnibus, bien sentado y leyendo, retomando tiempos para hacerlo mientras te abstraes del mundo hasta que llegas a destino…
Bueno, no todo es tan maravilloso, hace poco, cerca de casa mientras avanzaba frente al IPAE, observé a un perro que ladraba histérico a otro perro más pequeño, sujetado a duras penas por una señora provinciana, mayor, que tiraba de su correa, me animé a pasar, confiando en que su atención estaba centrada en “el otro animalito”. La mala suerte es que estando a su costado, la señora afloja la correa y el perrito me salta encima; mi movimiento de toreo alcanzó como para que no coja el objetivo: mi muslo, pero sus afilados dientecillos mordieron mi pantalón preferido y con la mordida lograda cayó en peso, desgarrando el pantalón quedando expuesto mi flacuchento muslo derecho. Mi primera reacción fue dar media vuelta y regresar a cambiarme, pero unos pasos después pensé en el peligro que representaba ese animalito mal controlado, podía haber mordido a un niño con menos reflejos que yo… así es que me acerqué donde había ingresado la señora, un edificio de viviendas, el portero, si bien me hizo el comentario de “si pues, este perrito! ya ha mordido a otras personas”, se negaba a llamar al dueño, hasta que amenacé que con el serenazgo que iba a llamar en ese mismo momento, tendría que dar explicaciones… bueno al rato sale un hombre de unos 45 años, fastidiado, con el teléfono en la oreja a decirme cosas como, “bueno, no le ha hecho daño” (como si el pantalón y mi expuesto muslo no importaran), al enfatizar con un gesto el daño y el peligro que significaba su perro, me responde “bueno, yo no le dije a mi perro que lo muerda”…uf! me dije, encontrarme con este tipo de persona, no hay forma! No cabe un entendimiento, ni elemental. Ya el tiempo me empezaba a apremiar así es que a lo único que atiné apenas llegado al consultorio fue llamar al serenazgo y sentar mi denuncia… moraleja: ni caminando te salvas de estos encontrones con la realidad en que vivimos. El gran reto, es que no te malogre el día, no quedarte enganchado en la fantasía de venganzas o querellas (por cierto, un buen rato jugué con algunas). Y, bueno, por lo menos sirve para la anécdota… que los hay los hay, no solo en el parlamento!

2018 08 05 Mi amigo Luis


Estoy apenado, profundamente apenado por la brusca desaparición de un gran amigo. Uno siempre piensa que no debió pasar, que la vida ha sido injusta… pero no nos queda otra opción que aceptarlo resignados… y recorrer, desde el recuerdo, evocaciones de las no muchas ocasiones que compartimos, pero que fueron tan intensas y profundas que calaron hondo en el registro del afecto, del aprecio y de la experiencia de intimidad compartida.

Tuvimos largas conversaciones sobre la fratría, lo cual nos llevó a relatarnos intimidades, como la fantasía que me acompañó de niño, en la que me identificaba con José, el hijo de Jacob, el que leyó los sueños del faraón, cosa que siempre me recordaba, con alguna aguda extensión interpretativa, siempre pertinente. Qué sé yo, qué más puedo decir,  fue un honor conocerlo, era un gran profesional, prolífico y creativo… y, a la vez, tan sencillo, tan cálido!

Hora de despedirnos Luis… guardaré con cariño tu recuerdo y el gran ejemplo de la manera que integraste la profesión con tu vida… el especial lugar que la amistad y el afecto tuvieron para ti…

¡Descansa en paz, querido amigo! 



Quiero compartir una cita de Luis que grafica lo que  transmitió a lo largo de su vida:


“La amistad surge como una necesidad vital en la condición humana. Nos aporta subjetividad, nos hace individuos, nos ofrece un refugio intra psíquico irreductible en el que se mantiene la diferencia del sujeto con el otro y al mismo tiempo su co-pertenencia con los otros. El amigo representa un horizonte esperanzador que siembra futuro y contrarresta las adversidades de la vida. Opera como un contrapoder liberador a los mandatos endogámicos impuestos y ejerce además sus frenos a la cultura de la hiperaceleración vertiginosa de los tiempos actuales que imprimen una creciente alienación y un aplanamiento afectivo y representacional”.
                                                                                 Luis Kancyper




2018 05 08 Cortar Camino


Como tantas veces que emprendo la ruta al consultorio o de vuelta a casa, me enorgullece recorrer caminos que he ido construyendo en el tiempo, rutas alternativas que me permiten sustraerme  de los atolladeros terribles de nuestra “Lima la Horrible”, que "hoy por hoy" anda cada vez más linda, salvo por el tránsito vehicular.
Es ese placentero sentimiento de que uno puede descubrir opciones a las rutas cotidianas de las que, la mayoría se queja. Suele ser que uno se las aprendió de los taxistas y las comenzó a ensayar o que en algún momento en que “no se perdía nada” porque nada podía ser peor que esperar a que el tránsito se destrabe. Ensayamos, entonces, la alternativa. Claro que más de una vez pasó que nos equivocamos y nos metimos en un atolladero peor, lo cual no dejó de enseñarnos alguito también y lo capitalizamos como experiencia. 

Esa experiencia con el tránsito se parece tanto a tantas otras cosas que hago en la vida, como cocinar, limpiar, arreglar algo, desarrollar clases, trabajar, etc.,  que ya es una pauta para mí el “salirse del marco”, tener casi como reflejo la posibilidad de encontrar o ensayar una alternativa.

De alguna manera aprendí, desde niño, a reparar cosas.  Mi padre nos dejó un sólido ejemplo de que uno mismo puede encontrar soluciones a los problemas, empezando por los desperfectos caseros. Era la época en que las cosas no funcionaban como hoy, en que todo es “descartable”, con la  única solución de tirar lo que sea y cambiarlo por uno nuevo o que lo cambie otra persona porque no estamos preparados para las tareas manuales, para el ejercicio del ensayo – error o la reparación de lo dañado. 

Sin embargo, pensaba, en la mañana, camino al consultorio, mientras escuchaba noticias por la radio, que, en otras esferas esos “cortes de camino” son lo peor que la gente puede hacer… Claro, ya no me refiero a encontrar rutas alternativas a los problemas de tránsito, me refiero a la observación de cómo personas inescrupulosas no dudan en dar saltos, hacer trampas, falsificar, mentir, etc. para llegar a sus metas a cualquier precio.

Escuchamos hasta el hartazgo acerca del cotidiano y triste desfile de plagiarios y falsificadores que no dudan en engañarnos –y engañarse a sí mismos- con tal de acceder al poder o ganar dineros de manera ilícita, a costa de otros, casi siempre de los más necesitados, a quienes perjudican sin mayor escrúpulo. Es el cortoplacismo de una vida sin valores, una plaga que nos ha inundado y nos hace tanto daño... que no permite que el país crezca y que deja tan malas enseñanzas a sus hijos.

A contramano de la gratitud que me generó mi padre, estos nuevos emergentes generan espanto, desesperación e impotencia; muestran un germen de violencia producto del descrédito y la desesperanza que, lamentablemente, ya hemos experimentado, pero que no hemos capitalizado en un sentido constructivo y verdaderamente reparador.  Por ello no aprendemos a caminar por el camino correcto.  




2018 01 17 Requiem a mi Maestro José Alva Quiñones

Me enteré hace poco del fallecimiento del Dr. José Alva Quiñones, destacado Psiquiatra a quien  conocí desde los  años de mi formación  en la Facultad de  Medicina de la UNMSM. Era un excelente profesor de la Cátedra de Psiquiatría, que me llamó la atención por su agudeza en el arte de la semiología y el desgrane de la psicopatología en favor de un buen diagnóstico.

Pero, fue ya en las épocas de mi residencia en el entonces Hospital Obrero de Lima (hoy Almenara), que pude apreciarlo en toda su dimensión profesional y humana. Era una persona sencilla, quizás tímido, con una peculiar risa que a veces surgía imprevista en sus diálogos clínicos.  

Me hacía sentir que tenía verdadero interés en compartir lo que sabía –y, ¡vaya que sabía!- pero trasuntando una calidez paternal que movilizaba inevitablemente cariño hacia él, más allá de la gratitud natural por su desinteresada entrega.

Pepe Alva fue siempre una persona que tenía disposición para escuchar a sus alumnos, sin distinción ni preferencias.  Supongo que las habría tenido, pero jamás las hizo notar; digamos que es posible pensar que todos nos sentíamos sus preferidos. Nos abrió las puertas de su hogar, conocimos a su esposa, Dña. Elena, y a sus hijas, todas cálidas y acogedoras como él. 

Cuando era necesario, siempre tenía alguna palabra de estímulo, de aliento.  No recuerdo haberle escuchado reproches o censuras fuera de lugar. Era muy comprensivo con las fallas de quienes nos estábamos embarcando en esta difícil profesión. Contribuyó desde su ejemplo a integrarnos en la mística del servicio, a entregarnos de la misma manera, a ser humildes en nuestra condición de estudiantes, a no declinar en la vocación de ayuda, casi siempre interferida por las naturales exigencias de la vida que nos restaban tiempo y espacio.

Pepe Alva fue, no cabe duda, uno de mis grandes Maestros, un ejemplo permanente, intachable, generoso y… cariñoso. Recuerdo con ternura las últimas veces que nos encontramos, ya avanzados en años, siempre con su calidez a flor, siempre con su sonrisa encantadora, siempre transmitiendo la vigencia de un vínculo que el tiempo y la distancia fortalecieron.  

Jamás fue alguien posesivo, fue de los grandes que no necesitan discípulos, siempre humilde, de aquellos que simplemente acompañan motivaciones comunes en el tiempo que les toca compartir; de los que apuestan con ilusión… y no reclaman el premio, tan solo lo disfrutan en silencio.


Es una gran pena no tenerte más con nosotros en este espacio terrenal, mi querido maestro, pero está tu enseñanza, ésa que arraiga profunda en el espíritu, esa huella que jamás dejará de hacer sentir tu presencia, como hasta ahora… 

¡Gracias por todo lo que nos diste…!  ¡Hasta pronto, Pepito. Descansa en paz!


2017 11 30 El trato preferencial

En un país como el nuestro, en una gran ciudad como Lima, en la que nos encontramos en medio de un caos cotidiano, donde la gente es impaciente e intolerante, donde basta que haya cambiado la luz a verde en el semáforo para que alguien active su claxon con furia para que avances, donde más les vale cruzarte el carro, forzándote a frenar, en lugar de hacer una señal de giro, en donde predomina la prepotencia de los que ignoran tu lugar de preferencia natural en un cruce de calles, en donde, si haces una señal de giro te sueles encontrar que quien es invitado a una cortesía elemental para darte pase, en vez de eso acelera y no te deja pasar…

Ante toda esta dramática situación, qué agradable resulta que, de pronto, te encuentres con alguien que detiene su auto en una esquina para dejarte pasar, respetando la preferencia del peatón. Incluso, en ocasiones, frenando forzadamente para darte el pase, insistiendo en que aceptes su gesto. Es mayor la  sorpresa y la satisfacción, si te percatas de que es un taxista, a quien solemos considerar incapaz de un gesto así…

Pues bien, en los últimos tiempos lo vengo disfrutando con bastante frecuencia… con llamativa frecuencia. Me he ilusionado con la sensación de que podemos volver a cultivar el hábito de la cortesía y el respeto por el otro. Claro, tengo en cuenta que ahora, con un montón de años encima, puede que sean mis canas la que estén motivando tanta belleza… Me he empezado a fijar en mi actitud corporal, me pregunto si no estaré más encorvado y no me he dado cuenta… Pero he podido observar que ocurre con las mujeres y los niños y, también, con gente de cualquier edad…

Me alienta el pensar que podemos estar cambiando esa actitud salvaje de permanente lucha contra el otro, siempre ajeno, nada semejante, que podemos vernos reflejados en la satisfacción de quien recibe nuestra atención o cortesía. ¡Qué importante es el gesto amable! No olvidemos que amable significa “digno de amor”, que los gestos y expresiones promueven reflejos emocionales, que resuenan en quien los recibe, por cierto, siempre con efectos benéficos.

Hace poco visité a mi hija en Charlotte, Carolina del Norte, y me volví a encontrar con esa maravillosa actitud natural de los lugareños.  Si cruzas miradas, te sonríen como a un gran conocido, diría que con alegría, con familiaridad; si alguien pasa por tu puerta, te saludan cordialmente; un auto cede el paso a otro y automáticamente se establece una secuencia de “ahora le toca al otro”, que hace imposible el atoro debido a que “alguien se cruzó”.

Pensemos en un mundo así, en que no solo respetemos al otro, sino que disfrutemos del encuentro con éste, en la dimensión afectiva natural de la cordialidad y del buen sentir.


Por cierto, ya instalado en mis años viejos, puedo dar fe de que uno lo disfruta más, que no hay marginación sino preferencia, acogimiento y consideración, que seguimos formando parte de un mundo que nos incluye y considera, que es posible reencontrarnos con ese ser que vino al mundo con estos potenciales y…que  tuvo una lamentable programación, felizmente “reseteable”. 

2016/06/30 Superstición

Hace poco participé en un programa televisivo donde propusieron este tema, centrado en si la mujer era más supersticiosa que el varón. De este encuentro, comparto algunas ideas y reflexiones.

Nos ubicamos primero en el amplio territorio de las supersticiones, creencias irracionales respecto al poder mágico de alguna cosa o persona que nos genera buena o mala suerte, que nos señala designios sobre nuestro futuro, sobre nuestra salud, sobre nuestra vida amorosa, etc. Tales creencias no son demostrables científicamente.

Hay supersticiones que nacen de lo cultural o familiar, el mal de ojo, el daño, son de los más conocidos, suponen una influencia negativa con o sin intención, en donde uno de los impulsores del mal influjo sería la envidia, la venganza, el rencor o simplemente el encuentro con personas de “mala vibra” que nos contaminan sin proponérselo. Otras tienen que ver con la idea de mala suerte, por ejemplo, si se nos quiebra un espejo o se nos cruza un gato negro, ni qué decir si pasamos por debajo de una escalera.

La idea de un destino, de influencias astrales, de espíritus del inframundo, las diferentes formas mágicas de conocer el futuro, mediante las cartas, la coca, la borra de café, la quiromancia, entran en la consideración de supersticiones. En un terreno cercano encontramos a las religiones y ritos alrededor de entes sobrenaturales, tanto maléficos como de una espiritualidad elevada y trascendente.

Distintas referencias ubican a la mujer como quienes hacen más consultas a lectores de cartas o videntes, la mayoría de ellas, en relación a problemas de amores o de salud, mientras que los hombres tendrían centrado su interés en el éxito en los negocios o en temas de poder.

Más allá de los intermediadores implicados en estas prácticas en medio de todos discurre un importante componente de la naturaleza humana: la posibilidad de influenciar o ser influenciado. Este factor está presente en toda relación interpersonal, pero de manera especial la podremos observar en aquellas en las que estén involucrados lazos afectivos intensos como en el enamoramiento o de una particular dependencia como en la relación con el médico. Vale la pena comentar que en medicina es conocido lo que se denomina “efecto placebo”, que es producto de una sugestión que contribuye a la mejoría de los síntomas, a veces basta con el hecho de que la persona se haya puesto en disposición de curar; en otras ocasiones deriva de la importancia, del interés y de la empatía que el médico pone en su acercamiento al paciente. La posibilidad de creer, de tener fé, tiene un lugar central en estas ocurrencias; lo otro lo hace la naturaleza misma de la persona, activada por la disposición positiva de la mente.

Las supersticiones se expresan con mayor intensidad en personas con necesidad de contrarrestar inseguridades que las agobian, que movilizan angustia, es un recurso de la mente para manejar el sentimiento de estar a merced de algo que los amenaza y no pueden controlar. El origen de tales amenazas puede provenir del pasado personal, algún trauma o situación de impotencia o desamparo que moviliza mucha angustia. Esto supone una importante franja de inseguridad que puede ser permanente o coyuntural, ante lo cual se recurre a buscar el amparo de la magia o lo sobrenatural.

La mayoría de las personas tiene alguna creencia personal respecto a lo que puede traerle suerte o malos augurios. Existen amuletos de suerte tanto como talismanes para ahuyentar las malas vibras. Usar una ropa determinada, ponerse la pulsera de la abuela, hacer rituales como persignarse o tocarse la nariz, y miles de otras creencias... con el fin de tener suerte, tienen carácter de estables o incluso muchas veces son creaciones del momento.

He escuchado con frecuencia la expresión “no me carmées” para referirse a que si alguien le anticipa algún peligro, la persona que recibe la información puede considerarlo como una influencia que puede provocar que justamente le ocurra.

En el terreno de la psicoterapia psicoanalítica existe un fenómeno muy conocido que es el de la “transferencia” y su contraparte la “contratransferencia”, que se refiere a adjudicar al terapeuta un rol relacionado con alguien del pasado del paciente. Esto conlleva una movilización afectiva que resuena en el terapeuta y le permite tomar noticia de lo que deriva de esta interacción en el presente: sensaciones de compasión, ternura, molestia aburrimiento etc.,  “hablarán de esta manera” a través de sentirlo en sí mismo. La expresión mayor de dicho fenómeno se denomina “identificación proyectiva”, donde la intensidad de lo transferido irrumpe en el espacio afectivo del terapeuta de manera intensa, causando una movilización de emociones, pensamientos y hasta síntomas físicos, que hablan de un nivel de comunicación muy primitivo e irracional, que implica la presencia de una influencia emocional transmisible.

Respecto a las personas que ejercen un rol de influencia desde la superstición, cabe mencionar que existe mucha charlatanería, junto con gentes que tienen el don de percibir el mundo interior, capacidad de videncia y que esto ha ido reconociéndose en las nuevas clasificaciones de inteligencia, como una inteligencia más. Sin embargo, es un tema sobre el que hay que tener mucho cuidado, ya que se producen sugestiones que, llevadas a la conducta, no siempre son buenas y mucha gente que espera la respuesta “de la bruja” no termina de desarrollar su capacidad de decidir y ganar en confianza personal.



2015/11/19 Consecuencias para el bebé de un embarazo adolescente

En principio, la mujer adolescente aún está en su propio proceso de maduración, en medio de conflictos que ponen a prueba su propio desarrollo emocional previo, por lo que tienden a conductas de inestabilidad o impulsividad, enamoramientos conflictivos y situaciones de riesgo, a lo que se suma la frecuencia en que se ven involucradas en violaciones producto de la precariedad de vida, el hacinamiento y la carencia de cuidados por parte del entorno familiar.
Suele observarse que estas madres adolescentes han tenido una pobre o insuficiente relación afectiva con sus propias madres, por lo que las carencias afectivas de su vida las tornan inseguras o fáciles presas de quienes aprovechan de su ingenuidad y falta de autocontrol. Los casos más complicados, lamentablemente frecuentes, son las violaciones, casi siempre perpetradas por miembros de la familia o personas cercanas que fuerzan la relación con amenazas.
En estas circunstancias, al traer al mundo a un bebé, las inmaduras madres no tienen facilidad para conectarse emocionalmente con sus infantes; en muchos casos los rechazan o los tratan inadecuadamente; los alimentan, pero no les sale natural el gesto de apapachar.
En estas circunstancias, el bebé no desarrolla un apego seguro, pues no cuenta con la presencia esencial de un entorno sostenedor afectivo. El bebé percibe la falta de respuestas a sus demandas afectivas y pronto se produce en él la inhibición de su búsqueda de conexión; se resigna y mantiene a futuro un oculto comportamiento inseguro que lo limita en la exploración del mundo. Esto tiene extensiones en su adultez, presentando disfunciones en la relación con su propia pareja e hijos.
Es indispensable anticipar estas circunstancias y asistir a las gestantes; prepararlas para su parto y, luego, sensibilizarlas en el encuentro con su bebé, apoyados por lo que la naturaleza moviliza en ambos y que facilitaría el logro de una mejor conexión emocional que incluya ternura y entrega total.

2015/11/13 Violencia y embarazo

Las características de la relación que establece la madre con su bebé desarrollan ya desde el momento de la concepción. Si ella misma tiene sentimientos de rechazo a su embarazo, si lo desea abortar y, más aún si lo ha intentado y no lo ha conseguido, tendremos como consecuencia un incremento del estrés relacional que va marcando una característica de esa interacción entre la mamá y su bebé.

Este factor de rechazo al embarazo puede no provenir de la madre, pero sí de su pareja o del entorno familiar o social, generándose igualmente intensidades de estrés que, de alguna manera, alteran tanto el desarrollo del bebé como la naturaleza futura del apego con su madre.

El bebé puede nacer más sensible a los estímulos, más asustadizo, más irritable y, por tanto, requerir una mayor contención por parte de la madre, que, si no está suficientemente calmada, es más, si reacciona con poca tolerancia o irritabilidad, derivarán en el desarrollo de lo que se llama un apego inseguro.

Es indispensable que el período de embarazo, cuente, por parte de la embarazada, con mucha contención.  La violencia va a generarle estrés y esto la predispone a una relación alterada con el bebe. El esposo, la familia y la sociedad tienen que prodigar el clima indispensable para que pueda darse un desarrollo armónico  -físico y emocional-  tanto en la madre como en el bebé.


Es frecuente que en madres adolescentes, en hogares disfuncionales o en parejas con poco control de impulsos, como en el caso de consumidores de drogas, se produzcan expresiones de violencia física y mental respecto a la embarazada. Esto constituye un factor de alto riesgo para el futuro desarrollo de un apego seguro entre la madre y el infante y, en consecuencia, un pronóstico gris para el desarrollo de las capacidades mentales del bebé. 

2015/11/09 Si te he dado todo, de qué te quejas…


Este enunciado tiene dos protagonistas: quien da y quien recibe.

Quien da, tiene una idea ligada a su gesto, un entendimiento de qué es lo que corresponde desde el rol que le ha tocado cumplir, por ejemplo, como esposo/a, como padre/madre, como hijo/a.  Muchas veces, la idea de dar va de la mano del sentimiento de cumplir con una obligación y no está vinculada tanto a la expresión de un gesto generoso. Esto marca una sustancial diferencia, que puede ser captada por quien recibe. Un padre puede dar mucho dinero, ser incluso muy responsable frente a sus hijos, pero, al hacerlo como expresión de una obligación, deja un vacío en el mensaje afectivo, ese plus afectivo que no se incluyó. Esa expresión de verdadero interés por el otro, es lo que luego puede generar un reclamo que el dador no puede entender.

El escenario frecuente y bastante dramático es el reclamo de quien recibe.  Por ejemplo, podemos encontrarlo en los hijos adolescentes y adolescentes tardíos, quienes recibieron realmente todo lo material  - y algunas veces en exceso-    pero con un correlato de distancia afectiva y a veces hasta con la ausencia física por parte de los padres. A veces, su reclamo se expresa bajo la forma de una protesta pasiva, de un rechazo a las expectativas de los padres, de un intento de frustrarlos con su propio fracaso, cuando no de abandonarse al malsano consumo de drogas y/o a un funcionar errático donde la gran ausente es la autoestima.

A veces, la motivación para dar tiene que ver con el sentimiento de ver al otro como “pobrecito”; es el caso de un huérfano o de alguien que ha tenido alguna pérdida importante en su vida. Se le puede dar muchas cosas, pero no alcanzan para llenar el vacío de relación si lo que recibe es sentido como una dádiva y no como una expresión de cercanía y aprecio.

En el escenario conyugal, es muy frecuente que el esposo establezca una pauta de “proveedor”, de bienes materiales y acaso de eventuales encuentros sexuales programados (los sábados, por ejemplo) sin tener en cuenta los anhelos de reconocimiento de la labor de su cónyuge en sus ocupaciones cotidianas y ni qué decir de la necesidad de cercanía afectiva de su esposa.

Las combinaciones del dar y recibir son múltiples pero nos invitan siempre a mirar un poco más allá de lo que creemos que hemos dado o a dimensionar en menos lo que hemos recibido. 

2015/10/20 Secretos que envenenan

Hay secretos que, signados por el amor, conllevan una consecuencia positiva, enriquecedora, que integra en la amistad o en el vínculo de intimidad con una pareja o con un grupo humano. Importa mucho que esos secretos estén signados por valores y no signifiquen o deriven en formas de sometimiento o explotación del otro. Son lazos que unen en libertad y en la posibilidad de compartir valores en los que importa, por encima de todo, el bienestar común.

Sin embargo, existen secretos que nacen en situaciones forzadas por el temor, por el dolor, por la vergüenza o la culpa; situaciones marcadas por la impotencia o el sometimiento a otro que nos impone algo que nos daña a nosotros o a nuestros seres queridos. Se trata de algo de lo que no podemos hablar o, si se habla, origina reacciones de rechazo o hasta de castigo. Muchas veces la sensación que se tiene es que si uno dice lo que sabe, puede originarse un desastre: que metan a mi padre en la cárcel, que mis padres se separen, que me abandonen, que no me quieran, etc.

Como puede inferirse de lo dicho, la mayoría de los secretos más nefastos, que más envenenan el alma –y la autoestima- provienen de vivencias traumáticas de la infancia, en las que no contamos con un entorno confiable como para poder expresar las cosas que sentimos.  Puede tratarse de una violación, de una agresión física, de un abandono, etc.

No siempre los hechos provienen de cosas que nos hicieron; podemos también haber cometido una falta y sentirnos muy culpables por ello.  El temor al castigo puede ser tremendo, lo mismo que el sentimiento terrible de haber podido sentir que tuvimos sensaciones placenteras indebidas. El tema, en estos casos, se genera igualmente por la falta de un entorno de confianza que permita expresarse con libertad y aprecio, que ayude a corregir la falta sin condenas humillantes.



2015/10/15 Por qué la mujer se deprime más que los varones

En  principio,  partimos  de  una  afirmación:  que   las  mujeres  se  deprimen  más  que los varones.   Esto es así.   En el año 1971  realicé un estudio sobre índices de depresión en la población  general  y  pude  comprobar que  las mujeres examinadas, trabajadoras obreras, menores  de 50 años, mostraban índices de depresión más altos que los varones. En dicho estudio se observó también que, pese a sus niveles de  depresión, continuaban  laborando.
Esta observación se reitera en prácticamente todos los estudios que se realizan al respecto. Distintos estudios señalan una proporción de 2 a 1, es decir, las mujeres se deprimen dos veces más que los varones, tendencia que se hace extensiva a las mismas observaciones en el resto de la comunidad Europea.

Dentro de las razones que se pueden esgrimir como respuesta a la pregunta que nos convoca en el desarrollo de este tema, podemos poner un orden de causas entre las que destacan las sociales, económicas, familiares y biológicas.

Dentro de las razones sociales cabe destacar el lugar de marginación que aún se mantiene en la sociedad actual en relación a la mujer. Si bien se ha progresado mucho al respecto, las preferencias y tolerancias giran mucho más alrededor de la condición de varón. La censura y condena sociales pesan más sobre ellas y hasta se puede postular una cierta tolerancia del ejercicio de la violencia como sanción por parte del hombre.

Esta condición se extiende al sistema de remuneraciones o de selección laboral. Suele ser que a la mujer se le pague menos y se le exija más. La condición económica suele traerle problemas a la mujer cuando enfila a la condición de madre, en la que requiere de una situación de sostén y dependencia que no siempre es la adecuada o se sobrecarga con dos funciones que resultan abrumadoras, perturbando el vínculo con los hijos, lo que genera tensión y frustración.

Importa mucho el hogar en el que se ha criado la mujer, si ha tenido padres que se han respetado y tratado amorosamente o si ha vivido situaciones disfuncionales. En el primer caso, tendremos a una mujer con menor tendencia a desarrollar depresión y con más posibilidades de encausar su vida sosteniendo una buena autoestima; en el segundo, la tendencia será a repetir el modelo y vivir la vida como un conflicto permanente, sin solución, al que tiene que someterse.

Por último, la condición biológica de la mujer determina un mayor predominio de la sensibilidad afectiva, lo que será facilitado o inhibido por el entorno. Esta sensibilidad deposita en ella la delicada tarea de contribuir con una participación afectiva, en especial con los hijos. Esto supone el reto de tener que manejarse con mucho equilibrio, con mucha tolerancia a sus propias emociones, lo cual es más difícil en la mujer, por su propia naturaleza. Es solo la vida y el entorno familiar amoroso y comprensivo, el que la ayudará a poder sostener vínculos afectivos con los demás (y, consigo misma) sin perder los límites que corresponden a lo que es digno de ella. De otra manera, está en mayor riesgo de sentirse herida o vulnerada por las expresiones negativas de los demás.